Desde las soleadas playas de Tarifa, una impresionante cadena de montañas se eleva tras el Campo de Gibraltar. Ya sea tumbados en la playa o sentados en un café, no podremos dejar se sentir curiosidad de saber lo que se esconde en esos montes. En realidad, lo que ocultan es un mundo rural repleto de personalidad y de autentico sabor andaluz, donde la vida es deliciosamente tranquila.
Tan cercana como diferente, la Andalucía interior ofrece un refrescante contraste con el ritmo y la agitación de la costa. Conforme nos adentramos en este mundo misterioso tan próximo, y pasamos por valles desiertos, alquería aisladas y campos con los famosos toros de Osborne, nos vamos dando cuenta poco a poco de que nos hallamos en la autentica España. En esta, el toreo, el flamenco, las fiestas, y por supuesto, las siestas no son simplemente los conocidos símbolos de la cultura española: son una realidad. Si cogemos cualquiera de las rutas interiores desde Tarifa, viajaremos por todo un paisaje de extensos campos, reservas naturales y escarpadas montañas antes de descubrir el primer pueblo blanco, reluciendo en todo su esplendor bajo el sol estival como si de un espejismo se tratase.
La sensación de ilusión óptica se ve reforzado por el hecho de que la mayoría de estos pueblos de montaña parecen permanecer inmóviles en lo alto, aparentemente entre el cielo y la tierra, pero al tomar la ultima curva de una sinuosa carretera de montaña, de repente nos enfrentamos a un pueblo real con un ceñido entramado de casas encaladas que envuelven toda una empinada ladera. Pueblos como Medina Sidonia están de hecho construidos sobre un gran acantilado que en su día sirvió de protección ante los invasores, pero que ahora ofrece espectaculares vistas de kilómetros del paisaje que los rodea. Con sus blanqueadas casas suspendidas sobre la llanuras y a menudo coronados por la silueta dramática de un viejo castillo, aun se conserva el carácter moro de estos pequeños pueblos.
El interior de estas poblaciones se caracteriza por su empinada y estrechas callejuelas así como el ambiente tranquilo que tan típico es de los pueblos blancos - si tomamos la calle equivocada podemos vernos metidos en un patio repleto de gallinas o toparnos con la colada tendida del patio trasero de cualquier vecino. Resulta extraño pensar que hace ocho siglos, un centinela moro probablemente estuviera clavado en el mismo sitio donde nos encontramos, pero la mayoría de los actuales pueblos blancos se remontan a la era romana, ibera o celta, mucho antes de que los árabes se asentaran en la Península Ibérica. En Benalup de Sidonia, las pinturas rupestres atestiguan presencia humana mucho antes en esta zona.
La necesidad de protegerse contra asaltantes e invasores explica la razón por la que los primeros habitantes de Andalucía prefirieron enclavar sus pueblos en la abrupta roca antes que construirlos en la llanuras, donde serian mucho mas vulnerables. Precisamente a partir de este aislamiento surgieron los pueblos blancos - la personificación de Andalucía - y ahora se han convertido en los defensores de la cultura tradicional. Un corto viaje para descubrirlos puede durar un día de excursión, el cual demostrará que fácil es dejar atrás la fastuosidad y el glamour de la costa para adentrarse en otro mundo, la Andalucía autentica, en la que el tiempo se ha detenido en muchos casos y donde las vistas y experiencias, ya perdidas en otros muchos lugares, todavía nos pueden deleitar.